martes, 13 de julio de 2010

Con la lupa en ojo ajeno

El pequeño burgués tiene una lupa. Con un gran lente. Con una vista extremadamente precisa. Es una lupa de gran ingeniería. Donde no solo observa y aumenta lo tangible sino también indaga y revela lo hermoso y siniestro. Lo amable y vergonzoso. Lo sano y corrupto. La sangre nueva y la carne podrida. Y este pequeño la usa. Usa este instrumento a su placer. Usa este diminuto artefacto, mal devenido a artilugio, para desactivar la sensación. O la emoción. Y lo usa, con todo derecho, para declarar sus principios. Para dejar sentado su escala de valores. Para reunirse con otros pequeños y para agrandar distancias con otros más y menos pequeños. Es regla, nivel y vernier de los acontecimientos y personas que están a su alcance. Léase alcance, por favor, tan solo a figuras públicas o amigos íntimos. O sea, a todos. Pero además de estas increíbles propiedades posee la más poderosa e inquietante. Y esto es lo que más entusiasma al pequeño. La vista es unidireccional. Se ha intentado usar este dispositivo en cuanto material tenga la propiedad de la reflexión. Y no la soporta. Y el pequeño adora esta cualidad. Mirar tras la lupa en línea recta a su propio ojo revelador y no poder observar su propia reflexión.

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